ESCUCHA EL LATIDO DE LAS PIEDRAS / ©2013 Dipah DiDd
Un día, el bloque de piedra se cita con su destino en el cruce tumultuoso de la mente y el corazón del escultor. Y así, lentamente, va al encuentro de su forma definitiva para exponer su belleza y ser el testigo mudo de la vida que le rodea. Un día, cuando tienes la fortuna de encontrarla, la tocas suavemente y detienes la palma de tu mano en el punto exacto en el que sientes el latido de su historia. Acercas tu oído y escuchas el mensaje que tiene reservado para tí. Siddharta veía en cada piedra la totalidad del Universo, el ciclo completo de la Evolución. Los mensajes que recibas de cada piedra de tu camino, seguramente enriquecerán tu corazón. Haz que tu vida sea el viaje sin fin que siempre anhelaste, escucha el latido secreto de las piedras.
Un día, el bloque de piedra se cita con su destino en el cruce tumultuoso de la mente y el corazón del escultor. Y así, lentamente, va al encuentro de su forma definitiva para exponer su belleza y ser el testigo mudo de la vida que le rodea. Un día, cuando tienes la fortuna de encontrarla, la tocas suavemente y detienes la palma de tu mano en el punto exacto en el que sientes el latido de su historia. Acercas tu oído y escuchas el mensaje que tiene reservado para tí. Siddharta veía en cada piedra la totalidad del Universo, el ciclo completo de la Evolución. Los mensajes que recibas de cada piedra de tu camino, seguramente enriquecerán tu corazón. Haz que tu vida sea el viaje sin fin que siempre anhelaste, escucha el latido secreto de las piedras.
I /// ESCUCHA EL LATIDO DE LAS PIEDRAS
Parque arqueológico de Uthina, Túnez / ©2013 Dipah DiDd
Cuando un proyecto germina, siempre nos regala los desafíos que van encontrando nuevas sendas para nuestra creatividad. En el viaje a Túnez, nació la sección “Escucha el latido de las piedras” para el libro que estoy escribiendo, al compartir con mi gran amiga Leila esta necesidad de tocar la superficie de las piedras para captar su latido. La semana pasada le contaba a mi hija que esta sección será un homenaje a Nestitor, ese niño que en el patio de su casa de la calle Loria del barrio de Parque de los Patricios en la ciudad de Buenos Aires, leía incansablemente la Mitología Griega de Graves mientras ilustraba a dioses y héroes en pequeños trozos de papel que luego doblaba, meticulosamente, para enterrarlos en la tierra de las macetas que mi madre cuidaba con tanto amor. Era uno de los ritos de mi niñez: descubrir la fantasía y la magia de la vida en las páginas de este libro, cifrar sus mensajes en dibujos que volverían a la tierra y algunas semanas después, con unas cucharitas y pinchos, herramientas tan precarias como entrañables, darles la oportunidad de volver a la luz para que recuperaran el brillo de sus colores y la magia de sus historias.
Tengo la inmensa suerte de viajar a los lugares que antes de hacer míos con los ojos, descubrí en relatos llenos de misterio o de pasión que me esperaban en las páginas de aquellos libros que día a día, me alimentaron el alma. Y al llegar a estos lugares fascinantes que, una vez más nos toca descubrir, siempre tocamos las piedras y nos emocionamos al ser testigos de la sabiduría que encierran para comprender la inmensa memoria común que nos contempla desde hace milenios y aventurar la vida maravillosa que tenemos al alcance de la mano. Un manojo de latidos que se cuecen en el interior de las piedras con un ritmo acompasado y que siempre nos invita a conocer y recordar si somos capaces de conectar con todos sus secretos que nos esperan para que los trasplantemos a la tierra fértil de nuestros corazones. En las sociedades tribales primitivas, los narradores desgranaban su sabiduría en el trasfondo del ritmo de las piedras y la luz cálida del fuego, contando historias que hechizaban, desafiaban, apasionaban, conmovían o advertían. No es necesario ser un poeta para sentir que en ese latido de las piedras caben todos los afanes, alegrías, temores y esperanzas con los que, en forma serena o alocada, los humanos nos agitamos durante milenios. Es imprescindible comprender que en nuestra actitud se encuentra la verdadera riqueza de nuestras vidas y que todos los momentos importan ya que cada instante, aun el más fugaz, contiene una semilla de eternidad. Kafer khirek, Námaste!
Parque arqueológico de Uthina, Túnez / ©2013 Dipah DiDd
Cuando un proyecto germina, siempre nos regala los desafíos que van encontrando nuevas sendas para nuestra creatividad. En el viaje a Túnez, nació la sección “Escucha el latido de las piedras” para el libro que estoy escribiendo, al compartir con mi gran amiga Leila esta necesidad de tocar la superficie de las piedras para captar su latido. La semana pasada le contaba a mi hija que esta sección será un homenaje a Nestitor, ese niño que en el patio de su casa de la calle Loria del barrio de Parque de los Patricios en la ciudad de Buenos Aires, leía incansablemente la Mitología Griega de Graves mientras ilustraba a dioses y héroes en pequeños trozos de papel que luego doblaba, meticulosamente, para enterrarlos en la tierra de las macetas que mi madre cuidaba con tanto amor. Era uno de los ritos de mi niñez: descubrir la fantasía y la magia de la vida en las páginas de este libro, cifrar sus mensajes en dibujos que volverían a la tierra y algunas semanas después, con unas cucharitas y pinchos, herramientas tan precarias como entrañables, darles la oportunidad de volver a la luz para que recuperaran el brillo de sus colores y la magia de sus historias.
Tengo la inmensa suerte de viajar a los lugares que antes de hacer míos con los ojos, descubrí en relatos llenos de misterio o de pasión que me esperaban en las páginas de aquellos libros que día a día, me alimentaron el alma. Y al llegar a estos lugares fascinantes que, una vez más nos toca descubrir, siempre tocamos las piedras y nos emocionamos al ser testigos de la sabiduría que encierran para comprender la inmensa memoria común que nos contempla desde hace milenios y aventurar la vida maravillosa que tenemos al alcance de la mano. Un manojo de latidos que se cuecen en el interior de las piedras con un ritmo acompasado y que siempre nos invita a conocer y recordar si somos capaces de conectar con todos sus secretos que nos esperan para que los trasplantemos a la tierra fértil de nuestros corazones. En las sociedades tribales primitivas, los narradores desgranaban su sabiduría en el trasfondo del ritmo de las piedras y la luz cálida del fuego, contando historias que hechizaban, desafiaban, apasionaban, conmovían o advertían. No es necesario ser un poeta para sentir que en ese latido de las piedras caben todos los afanes, alegrías, temores y esperanzas con los que, en forma serena o alocada, los humanos nos agitamos durante milenios. Es imprescindible comprender que en nuestra actitud se encuentra la verdadera riqueza de nuestras vidas y que todos los momentos importan ya que cada instante, aun el más fugaz, contiene una semilla de eternidad. Kafer khirek, Námaste!
II /// ESCUCHA EL LATIDO DE LAS PIEDRAS
Museo Arqueológico Municipal Enrique Escudero de Castro, Cartagena / ©2013 Dipah DiDd
Según las leyendas de la mitología china, fue Pangu el creador del Cielo y la Tierra; pero esa creación no fue repentina sino un proceso largo, pausado y cálido, en el que vale la pena sumergirse. La historia cuenta que al principio, cuando el Universo era turbio como un huevo de gallina, Pangu pasó en su interior dieciocho mil años. Después separó el Cielo de la Tierra, como dos haces de energía que se fueron apartando poco a poco: la energía que tenía la claridad del sol la puso arriba y fue el Cielo, y la que tenía la oscuridad de la tiniebla la puso abajo y fue la Tierra. Pero tampoco con eso se quedó completa la separación ya que el crecimiento y la transformación no habían hecho más que comenzar.
Entre el Cielo y la Tierra, Pangu sufrió nueve modificaciones diarias, como si fuera un bebé recién nacido que día a día va cambiando sutilmente, hasta que la transformación llegó al punto en el que se dice: “si en el Cielo sagrado, santo en la Tierra”. En estas nueve palabras, de hecho se encierra la idea de la virtud para la Mitología China: puesto que ya el propio Cielo se rige por ideales, nosotros podemos revolotear libremente sin dejarnos vencer por las numerosas normas del mundo real y sus impedimentos, y mantener los pies sobre la Tierra es lo que nos permite desplegar nuestra actuación en el mundo. Quien se apoya en el Cielo, sin la Tierra, es más un soñador que un idealista. Quien se apoya sólo en la Tierra, sin el Cielo, es más pragmático que realista. Idealismo y realismo son nuestro Cielo y nuestra Tierra.
Y así transcurrieron otros dieciocho mil años, hasta que al final “el Cielo había llegado a ser muy elevado, la Tierra muy profunda y Pangu muy alto”. Por lo tanto, la Persona tiene el mismo valor que el Cielo y la Tierra, y al conjunto de Cielo, Tierra y Persona se lo conoce en la filosofía china como “los Tres Talentos”. Por esta razón, la Persona merece un respeto profundo, y además debe respetarse a sí misma. En su confianza se basa la tolerancia serena y la actitud compasiva, amplia y optimista que le permite contemplar y alimentar todo lo bueno y lo bello de la Vida. Los espíritus del Cielo y la Tierra sólo pueden alcanzar esa intensidad cuando toman cuerpo en el corazón de la Persona.
Museo Arqueológico Municipal Enrique Escudero de Castro, Cartagena / ©2013 Dipah DiDd
Según las leyendas de la mitología china, fue Pangu el creador del Cielo y la Tierra; pero esa creación no fue repentina sino un proceso largo, pausado y cálido, en el que vale la pena sumergirse. La historia cuenta que al principio, cuando el Universo era turbio como un huevo de gallina, Pangu pasó en su interior dieciocho mil años. Después separó el Cielo de la Tierra, como dos haces de energía que se fueron apartando poco a poco: la energía que tenía la claridad del sol la puso arriba y fue el Cielo, y la que tenía la oscuridad de la tiniebla la puso abajo y fue la Tierra. Pero tampoco con eso se quedó completa la separación ya que el crecimiento y la transformación no habían hecho más que comenzar.
Entre el Cielo y la Tierra, Pangu sufrió nueve modificaciones diarias, como si fuera un bebé recién nacido que día a día va cambiando sutilmente, hasta que la transformación llegó al punto en el que se dice: “si en el Cielo sagrado, santo en la Tierra”. En estas nueve palabras, de hecho se encierra la idea de la virtud para la Mitología China: puesto que ya el propio Cielo se rige por ideales, nosotros podemos revolotear libremente sin dejarnos vencer por las numerosas normas del mundo real y sus impedimentos, y mantener los pies sobre la Tierra es lo que nos permite desplegar nuestra actuación en el mundo. Quien se apoya en el Cielo, sin la Tierra, es más un soñador que un idealista. Quien se apoya sólo en la Tierra, sin el Cielo, es más pragmático que realista. Idealismo y realismo son nuestro Cielo y nuestra Tierra.
Y así transcurrieron otros dieciocho mil años, hasta que al final “el Cielo había llegado a ser muy elevado, la Tierra muy profunda y Pangu muy alto”. Por lo tanto, la Persona tiene el mismo valor que el Cielo y la Tierra, y al conjunto de Cielo, Tierra y Persona se lo conoce en la filosofía china como “los Tres Talentos”. Por esta razón, la Persona merece un respeto profundo, y además debe respetarse a sí misma. En su confianza se basa la tolerancia serena y la actitud compasiva, amplia y optimista que le permite contemplar y alimentar todo lo bueno y lo bello de la Vida. Los espíritus del Cielo y la Tierra sólo pueden alcanzar esa intensidad cuando toman cuerpo en el corazón de la Persona.
III /// ESCUCHA EL LATIDO DE LAS PIEDRAS
Restos Romanos, Mazarrón / ©2013 Dipah DiDd
Siempre iniciamos un viaje cuando aceptamos el desafío de dejar de ser espectadores de nuestras vidas ya que mostramos el valor necesario para introducir los cambios vitales que nos acerquen a lo que realmente deseamos. Es entonces cuando comprendemos, al andar este camino, que nunca es demasiado tarde para convertirnos en la persona que realmente queremos ser. Un pensamiento de Confucio nos recuerda que existen tres maneras de adquirir sabiduría: la más fácil, la imitación; la más amarga, la experiencia; y la más noble, la reflexión. Reflexionar consiste en vivir despiertos, revisar nuestra vida con continuidad y buscar la coherencia de nuestras acciones con lo que llevamos en nuestro corazón. Muchas veces –seguramente, muchas más de lo aconsejable- actuamos movidos por la costumbre, el mimetismo social o lo que se espera de nosotros, sin ser capaces de hacernos preguntas a nosotros mismos ni de mirar en nuestro interior donde se encuentran los verdaderos tesoros que anhelamos.
Antes de dar el primer paso, es imprescindible examinar y comprender cómo nos vemos a nosotros mismos ya que el modo como pensamos de nosotros mismos determina todo lo que decimos, hacemos, sentimos y creemos, puesto que el mundo que nos rodea es un reflejo de lo que late en nuestro corazón. Con una imagen de nosotros mismos equilibrada, sana y poderosa, nos resultará más fácil eliminar de nuestras vidas todas aquellas dificultades y luchas innecesarias para reemplazarlas por nuevos desafíos que nos regalen la oportunidad de alimentar y cumplir nuestros sueños. Tenemos todo tipo de pensamientos y conclusiones sobre nosotros mismos que son una mezcla de cosas buenas y malas, positivas y negativas. Mientras que algunos de estos pensamientos serán útiles para nuestra vida, otros pueden paralizarnos e interponerse en nuestro camino. Una vez que identificamos todo aquello que nos limita o que malgasta nuestra propia energía, debemos realizar los cambios para decidir el modo en el que queremos vernos y ser vistos por los demás. De esta manera, nos convertiremos en la persona que queremos ser, preservando y alimentando nuestras cualidades y despojándonos de todo lo negativo y limitador para nuestra vida. Por lo tanto, simplemente necesitamos preguntarnos si nuestra vida va en la dirección que deseamos y realizar los cambios necesarios para mantenernos andando en ese sentido. Sócrates nos recuerda que una vida sin autoexamen no merece la pena ser vivida y el Dalai Lama nos alienta al decirnos que el propósito fundamental de nuestras vidas es buscar la felicidad.
Si nos empeñamos, debe ser de algo que nos ponga a prueba, que nos apasione y que llene nuestra vida de sentido. Las rutinas sólo sirven para organizar y pasar el tiempo, pero matan el alma. A veces, la urgencia o el aburrimiento que nos rodean simplemente anestesian nuestra capacidad innata para maravillarnos con las distintas manifestaciones que salen a nuestro encuentro en cada paso del camino. No sólo hay mundos paralelos, sino universos diferentes, que rozamos con nuestro cuerpo mientras avanzamos nuestro camino. Sin la moneda bajo la lengua, podemos vagar y malgastar nuestra vida en la ribera del Aqueronte, agitándonos en el páramo de los venenos del alma. Entonces, la ignorancia y la soberbia serán el claroscuro en el que se sucederán las escenas de nuestra vida hasta fundirse finalmente en el vacío de la falta de sentido. Para acercarnos al universo que deseamos y que alimenta nuestra pasión sólo tenemos que atrevernos a abrir los brazos y acariciarlo suavemente con nuestras manos antes de sumergirnos en él para fluir con el latido cálido de sus entrañas. No existen dioses, maestros o iluminados que puedan hacerse cargo de nuestra responsabilidad. Porque esta elección, vital para nuestras vidas, siempre es completamente nuestra. Y es en esta elección donde descansa nuestra verdadera libertad. Kafer khirek, Námaste!
Restos Romanos, Mazarrón / ©2013 Dipah DiDd
Siempre iniciamos un viaje cuando aceptamos el desafío de dejar de ser espectadores de nuestras vidas ya que mostramos el valor necesario para introducir los cambios vitales que nos acerquen a lo que realmente deseamos. Es entonces cuando comprendemos, al andar este camino, que nunca es demasiado tarde para convertirnos en la persona que realmente queremos ser. Un pensamiento de Confucio nos recuerda que existen tres maneras de adquirir sabiduría: la más fácil, la imitación; la más amarga, la experiencia; y la más noble, la reflexión. Reflexionar consiste en vivir despiertos, revisar nuestra vida con continuidad y buscar la coherencia de nuestras acciones con lo que llevamos en nuestro corazón. Muchas veces –seguramente, muchas más de lo aconsejable- actuamos movidos por la costumbre, el mimetismo social o lo que se espera de nosotros, sin ser capaces de hacernos preguntas a nosotros mismos ni de mirar en nuestro interior donde se encuentran los verdaderos tesoros que anhelamos.
Antes de dar el primer paso, es imprescindible examinar y comprender cómo nos vemos a nosotros mismos ya que el modo como pensamos de nosotros mismos determina todo lo que decimos, hacemos, sentimos y creemos, puesto que el mundo que nos rodea es un reflejo de lo que late en nuestro corazón. Con una imagen de nosotros mismos equilibrada, sana y poderosa, nos resultará más fácil eliminar de nuestras vidas todas aquellas dificultades y luchas innecesarias para reemplazarlas por nuevos desafíos que nos regalen la oportunidad de alimentar y cumplir nuestros sueños. Tenemos todo tipo de pensamientos y conclusiones sobre nosotros mismos que son una mezcla de cosas buenas y malas, positivas y negativas. Mientras que algunos de estos pensamientos serán útiles para nuestra vida, otros pueden paralizarnos e interponerse en nuestro camino. Una vez que identificamos todo aquello que nos limita o que malgasta nuestra propia energía, debemos realizar los cambios para decidir el modo en el que queremos vernos y ser vistos por los demás. De esta manera, nos convertiremos en la persona que queremos ser, preservando y alimentando nuestras cualidades y despojándonos de todo lo negativo y limitador para nuestra vida. Por lo tanto, simplemente necesitamos preguntarnos si nuestra vida va en la dirección que deseamos y realizar los cambios necesarios para mantenernos andando en ese sentido. Sócrates nos recuerda que una vida sin autoexamen no merece la pena ser vivida y el Dalai Lama nos alienta al decirnos que el propósito fundamental de nuestras vidas es buscar la felicidad.
Si nos empeñamos, debe ser de algo que nos ponga a prueba, que nos apasione y que llene nuestra vida de sentido. Las rutinas sólo sirven para organizar y pasar el tiempo, pero matan el alma. A veces, la urgencia o el aburrimiento que nos rodean simplemente anestesian nuestra capacidad innata para maravillarnos con las distintas manifestaciones que salen a nuestro encuentro en cada paso del camino. No sólo hay mundos paralelos, sino universos diferentes, que rozamos con nuestro cuerpo mientras avanzamos nuestro camino. Sin la moneda bajo la lengua, podemos vagar y malgastar nuestra vida en la ribera del Aqueronte, agitándonos en el páramo de los venenos del alma. Entonces, la ignorancia y la soberbia serán el claroscuro en el que se sucederán las escenas de nuestra vida hasta fundirse finalmente en el vacío de la falta de sentido. Para acercarnos al universo que deseamos y que alimenta nuestra pasión sólo tenemos que atrevernos a abrir los brazos y acariciarlo suavemente con nuestras manos antes de sumergirnos en él para fluir con el latido cálido de sus entrañas. No existen dioses, maestros o iluminados que puedan hacerse cargo de nuestra responsabilidad. Porque esta elección, vital para nuestras vidas, siempre es completamente nuestra. Y es en esta elección donde descansa nuestra verdadera libertad. Kafer khirek, Námaste!